miércoles, 24 de julio de 2019

Paula

No sé qué voy a escribirte, para que escribirte si no me podés leer, solo escribo para elaborar tu perdida. Será que me podés leer, a veces me duele ser atea, me haría bien saber que estás con el tío que tanto extrañabas, me gustaría saber qué seguís sonriendo con tu dentadura perfecta, me gustaría tanto saber que no te fuiste y seguís estando en algún lugar, que lees esto, que me podés enviar un mensaje y decirme que estás bien, que se te había pasado el miedo, que ya no querías sufrir más, que fue lo mejor. Me duele tanto recordar que el sábado me tiraste un beso porque no tenías oxígeno suficiente para hablar, masajear tus piernas frías sin lograr calentarlas, llorar adelante tuyo y que la morfina ni te permitiera abrir los ojos. Me duelen los ojos de tanto llorar, me duele tu juventud, eras diez años más grande, siempre te sentí adulta, desde chica eras mi prima mayor y cuando tuve ese horrible diagnóstico en mi mano, leí tu nombre con una coma seguido de cuarenta y seis años, que se fueron en exactamente quince días, que se sientieron quince mil años, donde las emociones tuvieron que apurarse, se chocaron, se pelearon y nos arrebataron la esperanza. No me va sanar escribir, no va a funcionar, perdón. Espero algún día dedicarle un texto a tu hermosa sonrisa. Te voy a extrañar mucho.