Ésta es una historia sin final, de un hombre entre tantos, aunque siempre un hombre perdido en la multitud puede tener un día diferente, con un instante eterno.
Horacio como cada cuarto día hábil se sentaba en el fondo del taller a separar las boletas de luz, gas, teléfono, internet, cable, rentas, tarjeta y las que no llevaban factura eran las que desequilibraban las sumas, los fiados, el sodero y la familia paralela de su hijo mayor.
Todos los meses amenazaba con recortes de servicios innecesarios, los cuales mantenía pese a que las cuentas le dejaran un saldo negativo. Harto de que le pesara las cuentas, la familia y las responsabilidades, cerró su taller y se lanzó a caminar, camino hasta perder conciencia, sintió como le quemaban las piernas y sin mirar se sentó en el primer banco de cualquier plaza.
Ese día renegó ser esposo, padre y se negó a él mismo, el curso de su vida, y como hubiera sido todo si hubiera hecho esto, o aquello, si no hubiera conocido a su esposa, si fuera soltero, era un cataratas de pensamiento hirientes que lo único que buscaban era escapar de él mismo aunque sea un instante. La convulsión de catarsis fue interrumpida por una joven que al sentarse a su lado le pregunto si se sentía bien.
Sí, efectivamente, usted esta en lo cierto. Le confirmo que la historia finalizó, si nudo ni desenlace.
Eliana Tortorella
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