Un trauma que reprimí con tanta
eficiencia que borre casi por completo,
me guarde algún recuerdo solo para no olvidar torturarme, la consecuencia miedos,
propios, ajenos e inventados, los juntaba como quien junta hojas en otoño, con
la inconciencia propia de una nena que puede quedar tapada entre hojas secas y
no ver que pronto llegará la primavera.
Ese sentimiento que poco tenía
que ver conmigo se supo virilizar en
todas las decisiones de mi vida, generando miedos de todo tipo que se volvió un
miedo Frankenstein que supo recolectar a todos mis muertos, tan agresivo que un día me quiso matar. Entonces
decidí escapar de mí, dejar de ser yo y cambiar mi nombre, abandonar mis
amores, quemar mis libros y esconderme en otra persona. En la que apenas podía
entrar, era muy incómoda, demasiado chica, pero era un lugar seguro ahí no me
iba a encontrar. No me iba a matar. Pero resulta hay sentimientos que uno no
puede abandonar, ni escapar, son tan brillantes, hacen ruido y estallan como
bombas de identidad, que gritan para que escuche. No tienen miedo, y es un
problema eso, porque empiezo a crecer y me
empiezo ahogar en mi escondite. No puedo respirar. No hay lugar. No entro. Puedo morir ahogada. Abro apenas la
puerta para tomar aire, pero recuerdo que del otro lado está todo aquello que me
puede matar, pero sí de todos modos voy a morir sería una pena que muera siendo
otra persona.
E.T
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