martes, 29 de marzo de 2016

Otoño sin bufanda



Un trauma que reprimí con tanta eficiencia que  borre casi por completo, me guarde algún recuerdo solo para no olvidar torturarme, la consecuencia miedos, propios, ajenos e inventados, los juntaba como quien junta hojas en otoño, con la inconciencia propia de una nena que puede quedar tapada entre hojas secas y no ver que pronto llegará la primavera.
Ese sentimiento que poco tenía que ver conmigo  se supo virilizar en todas las decisiones de mi vida, generando miedos de todo tipo que se volvió un miedo Frankenstein que supo recolectar a todos mis muertos,  tan agresivo que un día me quiso matar. Entonces decidí escapar de mí, dejar de ser yo y cambiar mi nombre, abandonar mis amores, quemar mis libros y esconderme en otra persona. En la que apenas podía entrar, era muy incómoda, demasiado chica, pero era un lugar seguro ahí no me iba a encontrar. No me iba a matar. Pero resulta hay sentimientos que uno no puede abandonar, ni escapar, son tan brillantes, hacen ruido y estallan como bombas de identidad, que gritan para que escuche. No tienen miedo, y es un problema eso, porque  empiezo a crecer y me empiezo ahogar en mi escondite. No puedo respirar. No hay lugar.  No entro. Puedo morir ahogada. Abro apenas la puerta para tomar aire, pero recuerdo que del otro lado está todo aquello que me puede matar, pero sí de todos modos voy a morir sería una pena que muera siendo otra persona.   

E.T

No hay comentarios:

Publicar un comentario