domingo, 30 de julio de 2017

Beto

Plantamos cuatro árboles. Plantamos árboles que verán morir varias generaciones, como los gritos y risas que brotan de la casa.
En el último árbol mi papá dejo caer las cenizas de mi abuelo, en el árbol que resistió al otoño, así era él peleador, bueno y mentiroso. Siempre cargaba con una sonrisa llena de encanto, que levantaba sus grandes pómulos colorados en su piel manchada. Esa sonrisa le pesaba pero nunca dejaba de sonreír, a veces lo veía caminar triste con la mirada perdida, recordando anda saber qué pasado, con verdes ojos húmedos.
Tomábamos maté o maté cocido, acompañados de unos panes cortados en pedazos desiguales y rebanadas grotescas de manteca. Comíamos, nos reiamos, nos queríamos tanto.
Él me dió amor, ese amor que solo puede dar un abuelo, profundo, que hace que después de veinte años de haberle dado el último beso vuelva a llorar, porque lo extraño y quien no extrañaría ver esa sonrisa que mostraba una boca llena de dientes postizos, llena de historias, llenas de mentiras, llena de palabras sin decir, esa sonrisa que él me regalaba cuando todo estaba mal, extraño tanto esa sonrisa que en primavera dará sombra.

 E.T

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